Una decisión poco meditada, un error de cálculo o un exceso de prepotencia política pueden encender una chispa que amenaza con incendiar todo un país. Esto es lo que está ocurriendo en Panamá a causa de la mera renovación de una concesión minera con la canadiense First Quantum Minerals. Una protesta creciente que está paralizando el país y amenaza con llevarlo al colapso desde su inicio el pasado mes. El yacimiento en cuestión es el de Donoso, en Colón, la mayor mina a cielo abierto de Centroamérica, con una extensión de 13.000 hectáreas para extraer cobre y 645 hectáreas para oro.
En 1997, el Estado otorgó la primera concesión minera a la compañía Petaquilla, bajo el mandato de Ernesto Pérez Valladares. En 2011, la también canadiense, Inmet Mining, compró parte de la concesión a Petaquilla y dos años más tarde es absorbida por First Quantum. Tras la quiebra de la panameña, la minera norteamericana toma el control, inicia la explotación en otra zona diferente, construye un centro de procesamiento y comienza las obras de un puerto para sacar el mineral. Las primeras demandas no se hacen esperar. Mientras el fallo se hace esperar, First Quantum sigue con su actividad.
El Gobierno asegura que la explotación de estos recursos supone un 5% del PIB y emplea a 10.000 personas, pero los expertos consideran que Panamá recibe muy poco en comparación con lo que percibe la minera canadiense. Y finalmente llega la gota que colma el vaso, la renovación de la concesión en tiempo récord, sin apenas debate, aprobada, refrendada por el presidente, Laurentino ‘Nito’ Cortizo, y publicada en la Gaceta Oficial.
Las reacciones no se hacen esperar: los universitarios comienzan a salir a las calles, les siguen organizaciones ecologistas, docentes, enfermeros, construcción, transporte … En Ciudad de Panamá se vive una relativa normalidad por las mañanas con cortes puntuales, pero cuando cae el día la ciudad se llena de multitudes que ondean banderas nacionales y se concentran en la Cinta Costera, una amplia franja verde ganada al mar y que se extiende hasta el barrio antiguo.
No parece una protesta al uso como lo podríamos entender en España. Familias con niños se pasean en un ambiente festivo a ritmo de salsa y reguetón desde furgonetas que portan enormes altavoces, con pancartas donde se pueden leer consignas en defensa del medioambiente, otras contra el presidente o mensajes como ‘Prefiero vender drogas que a la patria’, ‘El Gobierno me está cogiendo duro y no se me ve rico’ o ‘por un Panamá mejor, no a la minería’. Se baila encima de furgonetas y camiones llenos