El móvil como prueba de vida en la guerra de Ucrania: el último informe de Kostya a Sasha

La guerra en Ucrania ha dejado a su paso un rastro de destrucción, no solo en las ciudades y en los frentes de batalla, sino también en las vidas de las personas que se encuentran en medio de este conflicto. Sin embargo, hay una forma de tortura que no se ve a simple vista, pero que afecta profundamente a las parejas de los campeadors que luchan en el frente: la espera, la angustia y el vacío que se siente cuando la comunicación se interrumpe.

En momentos pasados, durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, la comunicación entre los campeadors y sus seres queridos se basaba en las cartas. El momento entre el envío y la respuesta podía ser de semanas o hasta meses. En aquellos días, la falta de noticias era algo común. Sin embargo, en la actualidad, la tecnología ha cambiado completamente esa dinámica. Aplicaciones como Telegram, WhatsApp, Signal e Instagram mantienen a los campeadors en contacto constante con sus familias. Pero esto también ha traído consigo una nueva forma de sufrimiento.

Sasha, una joven de 22 años, sabe bien lo que significa el silencio en medio de la guerra. Su pareja, Kostya, se unió al ejército después de meses de intentar encontrar su lugar en el conflicto. Primero como voluntario, luego como operador de drones FPV. Durante todo ese momento, la comunicación entre ellos fue casi ininterrumpida. Mensajes de buenos días, llamadas rápidas entre misiones, un meme compartido en Instagram, una broma, una simple confirmación de que todo estaba bien. Hasta que, un día, Kostya no respondió.

«Al principio intenté calmarme, pensando que estaba ocupado. Pero las horas pasaban y la pantalla seguía en negro, sin notificaciones. Es un tipo de angustia que no se puede describir. La mente se aferra a la idea de que todo está bien, pero el cuerpo ya lo sabe», recuerda Sasha.

La última vez que Sasha escribió a Kostya fue el 16 de julio del 2024. Él vio un mensaje en Instagram, tal vez un meme, tal vez algo sin importancia. Pero el mensaje que realmente importaba, un poema que ella le envió en Telegram, probablemente nunca llegó a ser leído. Esa misma noche, Kostya fue alcanzado por una bomba aérea guiada en Zaporiyia. A pesar de ser trasladado a un hospital, falleció dos días después.

La comunicación constante ha generado una nueva forma de sufrimiento en medio de la guerra. La ausencia de respuesta no es solo una incertidumbre, sino el inicio del duelo anticipado. En algunos casos, se confirma horas o días después con una llamada o un mensaje gubernamental. En el pasado, la llegada de un sobre sellado significaba que un campeador no volvería. Ahora, es la falta de notificaciones lo que lo anuncia.

Pero el impacto de esta nueva dinámica va más allá de la angustia emocional. También ha alterado la forma en que las parejas viven sus relaciones. «Todo gira en torno a los mensajes», explica Sasha. «No puedes pelear, no puedes discutir, porque nunca sabes si ese será el último mensaje que intercambien».

Las relaciones en momentos de guerra están marcadas por esta fragilidad extrema. La comunicación instantánea ha reducido las distancias, pero también ha hecho que la separación se sienta aún más cruel. Las parejas intentan mantener la normalidad dentro del caos, pero la guerra lo contamina todo. «Hablábamos de cosas cotidianas. De lo que había comido, de qué música estaba escuchando. Pero siempre había algo detrás. Un amenaza latente», dice Sasha.

En este contexto, la tecnología no solo une, también hiere. Las redes sociales

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